Lo sensato para Manuel, tras una experiencia tan dolorosa, habría sido pasar página y refugiarse en la universidad. Pero esto no era tan fácil. Él podía agarrarse al puesto en la Universitat de València, pero su socia Ángela quedaba peor parada pues había perdido, además del fruto de su trabajo, el propio puesto de trabajo. De alguna manera, ambos sentían también la necesidad de restablecer un orden más justo.
Había en cualquier caso otra dificultad para empezar de nuevo. ¿Cómo conseguir el capital necesario? ¿Habría inversores en su entorno dispuestos a apostar de nuevo por ellos? Algunos de los que conocían habían perdido también dinero en la primera empresa.
Para su sorpresa, comprobaron que aquellos que podían permitírselo estaban dispuestos a acompañarles de nuevo. Escuchar esta predisposición les proporcionó algunos de los momentos más emocionantes de su vida.
Imegen echó a andar en 2009 con casi un millón de euros de capital, aportados por hasta ocho inversores de la anterior empresa, algunos amigos y ex-alumnos de Manuel y algunos inversores profesionales (un par de family offices). Entre los promotores de la nueva iniciativa cundió cierta sensación de renacimiento, y de justicia.
Aunque gran parte del capital fundacional fue empleado en la compra de abundante y costoso equipamiento, el resto sirvió para financiar la tesorería de los siempre difíciles años de la puesta en marcha. La entrenada habilidad de Manuel, Ángela y de los demás profesionales incorporados al equipo hizo que esta aportación inicial bastara para alcanzar en muy pocos años el umbral de rentabilidad. Teniendo en cuenta la historia, Manuel se alegró especialmente de no tener que pedir más dinero a los accionistas.
Contrariamente a lo que suele suceder, el plan de negocio elaborado para captar el interés de los inversores se cumplió, con mínimas desviaciones. Imegen ha repartido dividendos durante los últimos tres ejercicios, y ha multiplicado su valor de manera significativa.